Hoy ha venido a comer a casa Cristina, mí Cristina. Es buena, cariñosa, alegre, trabajadora y entusiasta. Hacía mucho que no nos veíamos, porque esta vida que llevamos en Madrid, con distancias tan grandes y horarios tan apretados, hace que para la gente sea difícil verse.
Nos hemos encontrado en el portal y nos hemos dado un abrazo prieto como cuando ella con 7 años me abrazaba hasta hacerme daño. Mi marido y mis hijos se han quedado con la boca abierta al verla, de lo espectacular que está. Estas niñas son como las flores. De pronto se abren y estalla su colorido…
En la comida no ha parado de hablar, de contar sus planes, sus ilusiones, sus miedos y parecía que el reloj estaba quieto y que volvíamos del colegio llenas de deberes difíciles e interminables que nunca empezábamos hasta haber merendado.
Da gusto verla moverse por mi casa con la libertad de siempre y oírla chillar asustándose de los pájaros que siguen dándola miedo y que como siempre mi hija tiene sueltos por la casa. Mientras escribía en el ordenador, mi gata “Chundí” daba vueltas intentando infructuosamente subírsela encima, pero ella decía -¡No, ni se te ocurra!
Nos hemos puesto al día de sus padres, de sus hermanas, de las mías, de mis hijos, ha visto fotos de mis nietos……como si no hubiese pasado tiempo; ha sido una tarde intensa.
Al verla, me siento tan orgullosa de la persona en la que se ha convertido y de todos los planes maravillosos que tiene para ofrecer a la vida. Tengo la tranquilidad de que conseguirá todo lo que se proponga como hasta ahora y estoy segura de que todo la saldrá muy bien, porque ha aprendido a perseguir sus sueños. Ojalá muchas más personas tuviesen su mismo orden de valores.
Se merece todo lo mejor.
