Recuerdo que cuando tenía 6 o 7 años, en vacaciones, algunos
miércoles, mi tía Loti me llevaba en el tranvía que iba por La Castellana, a
Chamartín a casa de su amiga Angelines.
-Mi tía Loti, la hermana pequeña de mi madre, vivía con nosotros; era soltera y encantadora, y, siempre fue una persona diferente a las
demás, porque tenía un carácter tan alegre y juvenil, que nunca nos pareció
mayor.
- Ella era la
que nos llevaba siempre a montar el los caballitos, en la noria y en el látigo, en la verbena del
Carmen, y siempre se montaba con nosotros, porque no tenía miedo.
-Loti tenía una
panda de amigas muy simpáticas, Maru, Conchita, Angelines, Teresa, Fernanda…
con las que jugaba a las cartas varios días a la semana, y cada día iban a una
casa.
- Cuando tocaba
en nuestra casa de Maldonado, las meriendas que preparaban eran exquisitas, y
los niños nos poníamos muy contentos.
-Cuando la
partida era en casa de Angelines, Loti casi siempre me llevaba, porque tenía
dos hijos, y la niña Mari, aunque era un poco mayor que yo, la gustaba mucho que
yo fuera porque estaba escayolada, y tumbada en una hamaca, porque la había
pillado la rueda del tranvía un pié.
Vivían en un
chalet grandísimo en Chamartín, era casi una finca, con huerta, jardín,
terraza, y talleres para los trabajos de su marido Bernardo.
-Su hijo, un
chico alto y rubio que apenas saludaba, tenía una preciosa casa encima de un
manzano enorme, que le había construido su padre, con unas escaleras empinadas
para subir hasta arriba.
-Nosotras
jugábamos a las casitas, leíamos tebeos de "La Pequeña Lulú", hacíamos rompecabezas y merendábamos,
pero nunca subíamos a la casa, por lo que para mí , tenía un atractivo añadido,
que es el misterio de lo desconocido.
-Una tarde,
Mari me dijo que su hermano no estaba, y que no volvería hasta el día
siguiente, porque se le habían llevado al Plantío, a casa de su tía Dominga,
así que me armé de valor y me subí asustadísima a ver la famosa casita del
árbol.
-Los años
distorsionan los recuerdos, y la memoria es mentirosa y exagerada, pero yo, no
he podido olvidar aquella preciosa casita colgada en lo alto del manzano.
-Los escalones
daban miedo, porque eran unas simples tablitas
de madera clavadas al tronco, aunque eran pocos, pero a mí me parecieron
altísimos.
-Al llegar
arriba, había una media puerta que giraba como la de los bares del oeste
americano, y dentro había una especie de banco grande de madera pegado a la
pared que no se si era sillón, o cama o las dos cosas, con una especie de baúl
de cartón grande lleno de juguetes de chico.
En la pared,
había una pizarra negra bastante grande con tizas de colores. También tenía una
mesita de mimbre con taburetes redondos, y una especie de baldas, llenas de víveres,
platos y un frutero con manzanas pequeñas, ciruelas y cerezas de la huerta.
-No sé el tiempo
que pasé arriba, pero debió ser poco, porque Mari me llamaba a voces para que
bajara antes de que me viera nadie, porque su hermano tenía prohibida la
entrada a las chicas.
-Bajé del árbol
con pena, porque olía a manzanas, y a campo, pero sobre todo porque se
respiraba intimidad y libertad, cosa de las que yo carecía, ya que soy la
pequeña de 5 hermanos.
-Ahora , al
pasar tantos años, muchas veces he recordado aquella sensación tan agradable, y
creo que casi todos deberíamos tener un lugar como la casita del árbol, para
subirnos a estar solos , en esos momentos en los que estamos hartos de todo y
de todos y necesitaríamos un poco de intimidad.